En el sopor de la tarde las criaturas se adormecen mecidas por el susurro de la brisa y la tibieza del sol, a la espera de las horas cercanas al ocaso, en que retomarán sus actividades con fuerzas renovadas. Tan sólo en el lago se advierte una actividad febril, y su superficie dibuja constantes ondas, burbujas y salpicaduras, mientras peces y demás pequeños seres aprovechan las horas diurnas para alimentarse, procrear o simplemente recorrer la inmensa extensión de un extremo a otro incesantemente, antes de que la oscuridad despierte a aquellas que desde tiempos inmemoriales han sido sus enemigas naturales. Muchas leyendas se han dado a conocer sobre ellas, pero ninguna se acerca ni remotamente a la verdad. Se cuenta que con sus seductoras voces y sus atrayentes cantos han llevado al naufragio a muchos infelices, a quienes después convirtieron en sus siervos, llegando incluso a engendrar con algunos de ellos a sus retoños. Estupideces sin sentido. Del mismo modo que los cetáceos, sus cantos sólo se pueden oír bajo el agua, y si algún mortal tuviera la inmensa desgracia de escucharlo, sería lo último que sus oídos escucharan. Nada ni nadie escapa a su hipnótica mirada, verdadero peligro en un encuentro frente a frente con las reinas de las aguas. Las presas que capturan no tienen más valor que el alimenticio, y poco importa su tamaño. El fondo está sembrado con los restos de aquellos que no fueron suficientemente rápidos para escapar a tiempo, y algunos de esos restos son muy grandes. En algunas ocasiones se aventuran a ir más allá, y cruzan la frontera que separa las aguas de su mundo del gran océano, y cuando regresan al cabo de varios días se puede adivinar en sus miradas un extraño brillo y un sentimiento de satisfacción que no estaba ahí antes de su partida. Aquellas que han osado traspasar el umbral de lo conocido traen consigo extraños hábitos que pronto se propagan entre sus congéneres, y de ese modo con el paso del tiempo se vuelven más astutas, traicioneras y por tanto, mucho más peligrosas. Incluso algunas de ellas se divierten torturando a sus presas durante largo rato antes de acabar con su desdicha, como si en alguna parte ahí fuera hubieran aprendido un macabro juego que las satisface de tal manera que han desarrollado un instinto nuevo: la crueldad. Pero mientras el sol ilumina las aguas durante el día ellas duermen ocultas en cavernas subacuáticas, y nada, jamás, perturba su profundo descanso.
Hasta hoy.
De pronto algo desacostumbrado altera a las durmientes y las arranca de su letargo, y ese algo, sea lo que sea, es lo suficientemente malo como para provocar su caótico ascenso a la superficie en un momento en el que nunca lo harían, totalmente desorientadas. El pánico se extiende por las aguas, mientras corren a ocultarse todos los que de un plumazo han visto alterarse el orden natural de su existencia. Pero no corren ningún peligro, en realidad. La angustia que domina a las sirenas es tan grande que no prestan atención a lo que las rodea, mientras la furia empieza a abrirse paso entre el miedo, extendiéndose como una epidemia mientras ellas nadan entrecruzándose y frotando sus cuerpos con fuerza, como si quisieran herirse unas a otras. En realidad esa furia va dirigida contra alguien que no pertenece a su mundo; alguien extraño que una vez cometió un acto abominable y escapó a su justo castigo. Pero ahora ha vuelto, se puede sentir en el aire su presencia cercana, y esta vez las cosas serán diferentes. Los habituales sonidos graves y relajantes que emiten cada noche se ven sustituidos por chirridos estridentes y gemidos desgarradores que expresan un ansia de venganza más allá de lo nunca conocido en ese mundo paradisíaco.
Hasta hoy.
De pronto algo desacostumbrado altera a las durmientes y las arranca de su letargo, y ese algo, sea lo que sea, es lo suficientemente malo como para provocar su caótico ascenso a la superficie en un momento en el que nunca lo harían, totalmente desorientadas. El pánico se extiende por las aguas, mientras corren a ocultarse todos los que de un plumazo han visto alterarse el orden natural de su existencia. Pero no corren ningún peligro, en realidad. La angustia que domina a las sirenas es tan grande que no prestan atención a lo que las rodea, mientras la furia empieza a abrirse paso entre el miedo, extendiéndose como una epidemia mientras ellas nadan entrecruzándose y frotando sus cuerpos con fuerza, como si quisieran herirse unas a otras. En realidad esa furia va dirigida contra alguien que no pertenece a su mundo; alguien extraño que una vez cometió un acto abominable y escapó a su justo castigo. Pero ahora ha vuelto, se puede sentir en el aire su presencia cercana, y esta vez las cosas serán diferentes. Los habituales sonidos graves y relajantes que emiten cada noche se ven sustituidos por chirridos estridentes y gemidos desgarradores que expresan un ansia de venganza más allá de lo nunca conocido en ese mundo paradisíaco.