Lector que entras por primera vez, no te dejes llamar a engaño. Esto no es una recopilación de relatos con un punto en común, aunque pueda parecerlo. Es una historia por capítulos, que debe leerse siguiendo un orden lógico para captar el sentido de lo narrado, aunque cada capítulo por sí solo sea un pequeño relato en sí; pero no es ese su cometido, de modo que si te conformas con leer lo último publicado y pasas por alto todo lo anterior, es como si abrieras un libro por el medio y leyeras unas pocas páginas, conformándote con eso.
Si de verdad disfrutas leyendo, tómate tu tiempo, empieza por el principio y continúa poco a poco.
Bienvenido a este viaje por la tierra de los sueños...

14 de mayo de 2009

VIII Lo que trajo la marea

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Una multitud curiosa se congrega en torno a aquello que yace en la orilla, inspeccionándolo desde todos los ángulos y provocando alguna que otra reyerta entre quienes no tienen el privilegio de disfrutar de los mejores puestos en primera fila; después de todo, el hecho de que algunos de ellos tengan un aspecto tierno y adorable no significa que carezcan de malicia, codicia o envidia. Al contrario, entre los más entrañables se esconden antiguos resquemores que de tiempo en tiempo se resuelven en rencillas memorables, y de sobra es conocido por todos el mal carácter de que hacen gala ciertos personajes alados erróneamente catalogados como bondadosos. La tensión provocada por el deseo de contemplar la novedad de cerca va aumentando y se llegan a producir empujones, amenazas y algún que otro golpe disimulado entre la muchedumbre.
Ciertamente el extraño aspecto de ese ser no es para menos; es evidente que su procedencia es ajena a este lugar, su cuerpo está lleno de magulladuras y cortes, tiene la cabellera enredada llena de fango y hojas muertas medio putrefactas, todo ello procedente sin duda del fondo del lago, y está inconsciente. Sea quien sea y venga de donde ha venido, si realmente ha salido del lago ha tenido una suerte inmensa de no haber estado dentro del agua después del ocaso, pues todos esos cortes sangrantes habrían atraído a las voraces sirenas como el más delicioso de los manjares, y no habrían dejado ni el pellejo. Afortunadamente sus instintos depredadores sólo despiertan con la luz menguante, razón por la cual aún queda algo que contemplar aunque esté en un estado lamentable. A nadie se le ocurre que la razón de que ese ser esté en un mundo que no le corresponde sea debida a ellas, y que el único motivo para no devorarla hasta no dejar rastro de su existencia sea el afán de contemplar su desgracia y hacerle pagar una vieja deuda.
Con el transcurso de las horas algunos comienzan a mostrar desinterés; aquello no parece que vaya a despertar nunca y en realidad hay muchas tareas pendientes como para pasarse toda la jornada contemplando un ser inerte y carente de interés una vez pasada la excitación de la novedad, de manera que cada vez son menos los curiosos y a media tarde sólo queda el bulto inerte de lo que alguna vez fue un ser humano, abandonado como un despojo a su suerte.

7 de mayo de 2009

VII Demasiado bonito para ser real

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Aquella mañana a su regreso del pueblo tras cargar el maletero del coche con fruta fresca, verduras y un montón de conservas para pasar su segunda semana de vacaciones forzosas se fijó en un camino en el que no había reparado las anteriores veces que había pasado por allí. Era un camino estrecho, sin asfaltar y aparentemente en desuso a juzgar por las hierbas y la maleza que apenas dejaban verlo desde la carretera, pero por alguna extraña razón se sintió fuertemente atraída por ese trozo de tierra sin ningún encanto particular. Aminoró la velocidad al pasar frente a él y estuvo tentada de detenerse y echar un vistazo, para comprobar dónde llevaba, pero en el último instante se impuso la sensatez; la mañana era calurosa, más de lo habitual en aquella época del año, y el maletero rebosaba de comida que no tardaría mucho en echarse a perder en semejantes condiciones, por no hablar del gran tarro de helado que estaba a punto de sucumbir al viaje. De manera que prosiguió su camino con la intención de olvidar el tema, pero a medida que transcurrían las horas descubrió que no podía sacárselo de la cabeza. Aquella tarde se sentó en el porche con un libro y un bol de helado, dispuesta a disfrutar de la puesta de sol y olvidar todo lo que no fuera la apasionante trama de la novela, pero antes de dos minutos se levantó como empujada por un resorte y entró en la casa, dirigiéndose con decisión a la alacena de la cocina; una vez allí empezó a registrar todos los cajones donde durante años se habían ido acumulando un montón de trastos, útiles algunos y otros no tanto. Después de un buen rato, a punto de desesperar, encontró lo que buscaba: un viejo mapa de carreteras de la región, casi destrozado por los años, que al desplegarlo se desprendió por algunos de los dobleces. Con cuidado lo extendió sobre la mesa y siguió con el dedo el trayecto que había recorrido esa mañana, estudiando con detenimiento la zona donde creía que podía estar el camino. Estaba ya convencida de que era un camino tan insignificante que no figuraba en el mapa después de repasar todo el trayecto varias veces, cuando de pronto, allí estaba, delante de sus ojos. No entendía cómo no lo había visto antes, puesto que era la única ramificación en esa carretera en muchos kilómetros y una vez encontrada, era imposible no verla. El camino seguía durante casi tres kilómetros perpendicular a la carretera, internándose en el valle hasta terminar junto a un gran lago. Se quedó mirando la masa de agua en el papel un buen rato, preguntándose por qué, si había un lugar como ese tan cerca, nunca habían ido a bañarse allí, o incluso a pescar. Era extraño que una familia con niños que pasaba todos los veranos en aquella zona nunca hubiera visitado un lugar que evidentemente era perfecto para una salida campestre. Y en ese momento tomó una decisión. Al día siguiente llenaría una de las cestas que amontonaban polvo en el trastero con provisiones y una manta, dejaría el coche a la entrada del camino e iría de excursión al lago. Incluso tal vez se bañaría, si el agua no estaba ya demasiado fría. Estaba disfrutando por primera vez en muchísimo tiempo de muchas cosas que no se había permitido hasta ese momento, así que un poco de impulsividad, como la extravagancia de zambullirse en las aguas de un lago desconocido a principios del otoño podría resultar muy estimulante...

El camino era más tortuoso de lo que dejaba traslucir el mapa, y antes de recorrer la cuarta parte ya estaba sin aliento y empapada en sudor. Afortunadamente llevaba agua suficiente para no caer deshidratada, pero de todos modos la caminata era tan dura que se prometió a sí misma regalarse un delicioso chapuzón nada más llegar, aunque el agua estuviese helada. Cuando por fin avistó en la distancia un gran claro y el reflejo del sol en la superficie del lago tuvo que contenerse para no echar a correr y tirarse de cabeza. Se detuvo a la orilla del agua, jadeando, mientras observaba el lugar; era muy hermoso, con grandes árboles de hojas amarilentas y rojizas que proporcionaban sombra y desde los cuales llegaba el trino de infinidad de pájaros. En un lado del lago se extendía una pequeña playa de tierra fina, casi tanto como arena, y grandes arbustos cargados de bayas salpicaban el claro aquí y allá, como mudos testigos de la belleza que ofrecían en aquel rincón cada primavera. Blanca dejó sus cosas bajo un árbol y se acercó a la orilla, probando con su mano la frescura del agua. Tal vez un poquito más fresca de lo que hubiera deseado, pero no se iba a echar atrás por aquella nimiedad. Se despojó de sus ropas sudorosas bajo las cuales llevaba un viejo bañador de su madre que había encontrado en la casa y se sumergió despacio, dejando que su ardiente piel se habituara al cambio de temperatura. Finalmente se zambulló bajo la superficie, nadando despreocupadamente hacia el interior del lago. El chapoteo del agua le impidió percatarse de el súbito silencio que de pronto se adueñó de los árboles en los que unos segundos antes se escuchaba una gran algarabía. Mientras descansaba flotando boca arriba notó un leve roce en sus piernas, y no pudo evitar sentir un amago de inquietud al pensar que tal vez esas aguas estuvieran habitadas por animales que podrían considerar su presencia como una invasión de su territorio. Al sentir por segunda vez algo rozándola su inquietud se transformó en miedo, y el sentir varios roces más mientras nadaba hacia la orilla no hizo sino aumentar su miedo hasta llegar cerca del pánico. Por primera vez se percató de lo oscuras que eran esas aguas, que no dejaban vislumbrar nada más abajo de unos centímetros, y se sintió totalmente presa del pánico al advertir que la antes tranquila superficie se veía quebrada por espuma, chapoteos y pequeñas olas que mostraban la presencia de varias criaturas acuáticas a su alrededor. Intentando sobreponerse al pavor se impulsó hacia la orilla más cercana, pero entonces algo frío y resbaladizo asió sus tobillos y tiró de ella hacia el fondo, y el grito que surgió en su garganta sólo sirvió para hacerla tragar una gran cantidad de agua mientras era arrastrada hacia el profundo fondo del lago, donde nunca había llegado la luz del sol.