Lector que entras por primera vez, no te dejes llamar a engaño. Esto no es una recopilación de relatos con un punto en común, aunque pueda parecerlo. Es una historia por capítulos, que debe leerse siguiendo un orden lógico para captar el sentido de lo narrado, aunque cada capítulo por sí solo sea un pequeño relato en sí; pero no es ese su cometido, de modo que si te conformas con leer lo último publicado y pasas por alto todo lo anterior, es como si abrieras un libro por el medio y leyeras unas pocas páginas, conformándote con eso.
Si de verdad disfrutas leyendo, tómate tu tiempo, empieza por el principio y continúa poco a poco.
Bienvenido a este viaje por la tierra de los sueños...

14 de mayo de 2009

VIII Lo que trajo la marea

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Una multitud curiosa se congrega en torno a aquello que yace en la orilla, inspeccionándolo desde todos los ángulos y provocando alguna que otra reyerta entre quienes no tienen el privilegio de disfrutar de los mejores puestos en primera fila; después de todo, el hecho de que algunos de ellos tengan un aspecto tierno y adorable no significa que carezcan de malicia, codicia o envidia. Al contrario, entre los más entrañables se esconden antiguos resquemores que de tiempo en tiempo se resuelven en rencillas memorables, y de sobra es conocido por todos el mal carácter de que hacen gala ciertos personajes alados erróneamente catalogados como bondadosos. La tensión provocada por el deseo de contemplar la novedad de cerca va aumentando y se llegan a producir empujones, amenazas y algún que otro golpe disimulado entre la muchedumbre.
Ciertamente el extraño aspecto de ese ser no es para menos; es evidente que su procedencia es ajena a este lugar, su cuerpo está lleno de magulladuras y cortes, tiene la cabellera enredada llena de fango y hojas muertas medio putrefactas, todo ello procedente sin duda del fondo del lago, y está inconsciente. Sea quien sea y venga de donde ha venido, si realmente ha salido del lago ha tenido una suerte inmensa de no haber estado dentro del agua después del ocaso, pues todos esos cortes sangrantes habrían atraído a las voraces sirenas como el más delicioso de los manjares, y no habrían dejado ni el pellejo. Afortunadamente sus instintos depredadores sólo despiertan con la luz menguante, razón por la cual aún queda algo que contemplar aunque esté en un estado lamentable. A nadie se le ocurre que la razón de que ese ser esté en un mundo que no le corresponde sea debida a ellas, y que el único motivo para no devorarla hasta no dejar rastro de su existencia sea el afán de contemplar su desgracia y hacerle pagar una vieja deuda.
Con el transcurso de las horas algunos comienzan a mostrar desinterés; aquello no parece que vaya a despertar nunca y en realidad hay muchas tareas pendientes como para pasarse toda la jornada contemplando un ser inerte y carente de interés una vez pasada la excitación de la novedad, de manera que cada vez son menos los curiosos y a media tarde sólo queda el bulto inerte de lo que alguna vez fue un ser humano, abandonado como un despojo a su suerte.

7 de mayo de 2009

VII Demasiado bonito para ser real

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Aquella mañana a su regreso del pueblo tras cargar el maletero del coche con fruta fresca, verduras y un montón de conservas para pasar su segunda semana de vacaciones forzosas se fijó en un camino en el que no había reparado las anteriores veces que había pasado por allí. Era un camino estrecho, sin asfaltar y aparentemente en desuso a juzgar por las hierbas y la maleza que apenas dejaban verlo desde la carretera, pero por alguna extraña razón se sintió fuertemente atraída por ese trozo de tierra sin ningún encanto particular. Aminoró la velocidad al pasar frente a él y estuvo tentada de detenerse y echar un vistazo, para comprobar dónde llevaba, pero en el último instante se impuso la sensatez; la mañana era calurosa, más de lo habitual en aquella época del año, y el maletero rebosaba de comida que no tardaría mucho en echarse a perder en semejantes condiciones, por no hablar del gran tarro de helado que estaba a punto de sucumbir al viaje. De manera que prosiguió su camino con la intención de olvidar el tema, pero a medida que transcurrían las horas descubrió que no podía sacárselo de la cabeza. Aquella tarde se sentó en el porche con un libro y un bol de helado, dispuesta a disfrutar de la puesta de sol y olvidar todo lo que no fuera la apasionante trama de la novela, pero antes de dos minutos se levantó como empujada por un resorte y entró en la casa, dirigiéndose con decisión a la alacena de la cocina; una vez allí empezó a registrar todos los cajones donde durante años se habían ido acumulando un montón de trastos, útiles algunos y otros no tanto. Después de un buen rato, a punto de desesperar, encontró lo que buscaba: un viejo mapa de carreteras de la región, casi destrozado por los años, que al desplegarlo se desprendió por algunos de los dobleces. Con cuidado lo extendió sobre la mesa y siguió con el dedo el trayecto que había recorrido esa mañana, estudiando con detenimiento la zona donde creía que podía estar el camino. Estaba ya convencida de que era un camino tan insignificante que no figuraba en el mapa después de repasar todo el trayecto varias veces, cuando de pronto, allí estaba, delante de sus ojos. No entendía cómo no lo había visto antes, puesto que era la única ramificación en esa carretera en muchos kilómetros y una vez encontrada, era imposible no verla. El camino seguía durante casi tres kilómetros perpendicular a la carretera, internándose en el valle hasta terminar junto a un gran lago. Se quedó mirando la masa de agua en el papel un buen rato, preguntándose por qué, si había un lugar como ese tan cerca, nunca habían ido a bañarse allí, o incluso a pescar. Era extraño que una familia con niños que pasaba todos los veranos en aquella zona nunca hubiera visitado un lugar que evidentemente era perfecto para una salida campestre. Y en ese momento tomó una decisión. Al día siguiente llenaría una de las cestas que amontonaban polvo en el trastero con provisiones y una manta, dejaría el coche a la entrada del camino e iría de excursión al lago. Incluso tal vez se bañaría, si el agua no estaba ya demasiado fría. Estaba disfrutando por primera vez en muchísimo tiempo de muchas cosas que no se había permitido hasta ese momento, así que un poco de impulsividad, como la extravagancia de zambullirse en las aguas de un lago desconocido a principios del otoño podría resultar muy estimulante...

El camino era más tortuoso de lo que dejaba traslucir el mapa, y antes de recorrer la cuarta parte ya estaba sin aliento y empapada en sudor. Afortunadamente llevaba agua suficiente para no caer deshidratada, pero de todos modos la caminata era tan dura que se prometió a sí misma regalarse un delicioso chapuzón nada más llegar, aunque el agua estuviese helada. Cuando por fin avistó en la distancia un gran claro y el reflejo del sol en la superficie del lago tuvo que contenerse para no echar a correr y tirarse de cabeza. Se detuvo a la orilla del agua, jadeando, mientras observaba el lugar; era muy hermoso, con grandes árboles de hojas amarilentas y rojizas que proporcionaban sombra y desde los cuales llegaba el trino de infinidad de pájaros. En un lado del lago se extendía una pequeña playa de tierra fina, casi tanto como arena, y grandes arbustos cargados de bayas salpicaban el claro aquí y allá, como mudos testigos de la belleza que ofrecían en aquel rincón cada primavera. Blanca dejó sus cosas bajo un árbol y se acercó a la orilla, probando con su mano la frescura del agua. Tal vez un poquito más fresca de lo que hubiera deseado, pero no se iba a echar atrás por aquella nimiedad. Se despojó de sus ropas sudorosas bajo las cuales llevaba un viejo bañador de su madre que había encontrado en la casa y se sumergió despacio, dejando que su ardiente piel se habituara al cambio de temperatura. Finalmente se zambulló bajo la superficie, nadando despreocupadamente hacia el interior del lago. El chapoteo del agua le impidió percatarse de el súbito silencio que de pronto se adueñó de los árboles en los que unos segundos antes se escuchaba una gran algarabía. Mientras descansaba flotando boca arriba notó un leve roce en sus piernas, y no pudo evitar sentir un amago de inquietud al pensar que tal vez esas aguas estuvieran habitadas por animales que podrían considerar su presencia como una invasión de su territorio. Al sentir por segunda vez algo rozándola su inquietud se transformó en miedo, y el sentir varios roces más mientras nadaba hacia la orilla no hizo sino aumentar su miedo hasta llegar cerca del pánico. Por primera vez se percató de lo oscuras que eran esas aguas, que no dejaban vislumbrar nada más abajo de unos centímetros, y se sintió totalmente presa del pánico al advertir que la antes tranquila superficie se veía quebrada por espuma, chapoteos y pequeñas olas que mostraban la presencia de varias criaturas acuáticas a su alrededor. Intentando sobreponerse al pavor se impulsó hacia la orilla más cercana, pero entonces algo frío y resbaladizo asió sus tobillos y tiró de ella hacia el fondo, y el grito que surgió en su garganta sólo sirvió para hacerla tragar una gran cantidad de agua mientras era arrastrada hacia el profundo fondo del lago, donde nunca había llegado la luz del sol.

22 de abril de 2009

VI El esperado regreso al hogar

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En el sopor de la tarde las criaturas se adormecen mecidas por el susurro de la brisa y la tibieza del sol, a la espera de las horas cercanas al ocaso, en que retomarán sus actividades con fuerzas renovadas. Tan sólo en el lago se advierte una actividad febril, y su superficie dibuja constantes ondas, burbujas y salpicaduras, mientras peces y demás pequeños seres aprovechan las horas diurnas para alimentarse, procrear o simplemente recorrer la inmensa extensión de un extremo a otro incesantemente, antes de que la oscuridad despierte a aquellas que desde tiempos inmemoriales han sido sus enemigas naturales. Muchas leyendas se han dado a conocer sobre ellas, pero ninguna se acerca ni remotamente a la verdad. Se cuenta que con sus seductoras voces y sus atrayentes cantos han llevado al naufragio a muchos infelices, a quienes después convirtieron en sus siervos, llegando incluso a engendrar con algunos de ellos a sus retoños. Estupideces sin sentido. Del mismo modo que los cetáceos, sus cantos sólo se pueden oír bajo el agua, y si algún mortal tuviera la inmensa desgracia de escucharlo, sería lo último que sus oídos escucharan. Nada ni nadie escapa a su hipnótica mirada, verdadero peligro en un encuentro frente a frente con las reinas de las aguas. Las presas que capturan no tienen más valor que el alimenticio, y poco importa su tamaño. El fondo está sembrado con los restos de aquellos que no fueron suficientemente rápidos para escapar a tiempo, y algunos de esos restos son muy grandes. En algunas ocasiones se aventuran a ir más allá, y cruzan la frontera que separa las aguas de su mundo del gran océano, y cuando regresan al cabo de varios días se puede adivinar en sus miradas un extraño brillo y un sentimiento de satisfacción que no estaba ahí antes de su partida. Aquellas que han osado traspasar el umbral de lo conocido traen consigo extraños hábitos que pronto se propagan entre sus congéneres, y de ese modo con el paso del tiempo se vuelven más astutas, traicioneras y por tanto, mucho más peligrosas. Incluso algunas de ellas se divierten torturando a sus presas durante largo rato antes de acabar con su desdicha, como si en alguna parte ahí fuera hubieran aprendido un macabro juego que las satisface de tal manera que han desarrollado un instinto nuevo: la crueldad. Pero mientras el sol ilumina las aguas durante el día ellas duermen ocultas en cavernas subacuáticas, y nada, jamás, perturba su profundo descanso.
Hasta hoy.
De pronto algo desacostumbrado altera a las durmientes y las arranca de su letargo, y ese algo, sea lo que sea, es lo suficientemente malo como para provocar su caótico ascenso a la superficie en un momento en el que nunca lo harían, totalmente desorientadas. El pánico se extiende por las aguas, mientras corren a ocultarse todos los que de un plumazo han visto alterarse el orden natural de su existencia. Pero no corren ningún peligro, en realidad. La angustia que domina a las sirenas es tan grande que no prestan atención a lo que las rodea, mientras la furia empieza a abrirse paso entre el miedo, extendiéndose como una epidemia mientras ellas nadan entrecruzándose y frotando sus cuerpos con fuerza, como si quisieran herirse unas a otras. En realidad esa furia va dirigida contra alguien que no pertenece a su mundo; alguien extraño que una vez cometió un acto abominable y escapó a su justo castigo. Pero ahora ha vuelto, se puede sentir en el aire su presencia cercana, y esta vez las cosas serán diferentes. Los habituales sonidos graves y relajantes que emiten cada noche se ven sustituidos por chirridos estridentes y gemidos desgarradores que expresan un ansia de venganza más allá de lo nunca conocido en ese mundo paradisíaco.

1 de abril de 2009

V Hay alfombras que es mejor no levantar


Estaba exhausta. Hacía cuatro meses y medio que había tomado el control de aquel coloso y desde que puso los pies en su despacho por primera vez no se había permitido un minuto de respiro. A sus largas jornadas laborales de dieciocho horas se sumaba el trabajo que invariablemente se llevaba a casa para llenar sus noches e ignorar la sensación de vacío que la invadía en cuanto cerraba la puerta de su apartamento. Su pálida piel reflejaba las huellas del cansancio en forma de pronunciadas ojeras que ni el más espeso maquillaje podía camuflar. En las escasas ocasiones en que se enfrentaba al espejo la imagen que contemplaba la miraba con una crudeza insoportable. Sus ojos grises reflejaban una frialdad glacial y parecían mirar la vida desde mucho más allá de sus treinta y siete años. La mayor parte de las veces caía rendida por el agotamiento en el mismo sofá donde repasaba proyectos pendientes y pulía hasta el último detalle de los casos más problemáticos, y despertaba al cabo de un par de horas, incapaz de conciliar de nuevo el sueño. En realidad su puesto acarreaba ciertos privilegios, como el de llegar más tarde que el resto por las mañanas, tomarse algún día libre de vez en cuando y por supuesto, disfrutar de sus fines de semana, pero en cambio era habitual verla llegar antes del amanecer y no había faltado ni un solo día, ni por enfermedad ni por descanso. Hacía tres décadas que sus noches se habían convertido en un horror de sombras furtivas, miedos inconfesables y fantasmas olvidados agazapados en los rincones a la espera de saltar sobre ella al menor descuido. La idea de que alguna de esas sombras se disipara lo suficiente como para dejar ver aquello que estaba escondido era tan terrible que su mente había levantado un muro defensivo impenetrable, al menos durante la vigilia. Era durante el sueño, cuando la consciencia se relajaba y se debilitaban las paredes de aquel muro cuando aparecían las grietas, y por ellas amenazaba filtrarse lo olvidado, aunque en cuanto empezaba a asomarse tímidamente saltaba una alarma en su mecanismo de defensa y la despertaba, con una extraña sensación compuesta a partes iguales de alivio por haber esquivado al subconsciente y frustración por el insuficiente descanso. Pero todo tiene un límite, y tras demasiados años sin apenas dormir, abusando del café y trabajando hasta la extenuación, aquella mañana, simplemente, su organismo se colapsó. Estaba de pie ante el ascensor golpeteando impaciente el suelo con la punta del zapato cuando de repente todo se volvió oscuro y cayó al suelo sin sentido. Rápidamente acudió el médico del Centro y tras comprobar que no había lesiones graves fue trasladada a la enfermería, donde permaneció en observación varias horas. El diagnóstico fue de colapso general por agotamiento. Cuando volvió en sí una enfermera le entregó un sobre con una concisa carta, en la que la junta directiva de la empresa la exhortaba a tomarse unas largas vacaciones; los gastos de su estancia, dietas y transporte corrían, por supuesto, a cargo de la empresa, y su puesto estaría aguardándola en las mismas condiciones a su regreso. En caso de negativa por su parte, TechnOnirics lamentaría tener que prescindir de sus valiosos servicios.
De este modo se encontró con la perspectiva de un mes por delante sin nada que hacer salvo ocuparse de sí misma, y tras consultar las múltiples opciones vacacionales a su alcance metió en un par de maletas aquello que consideró imprescindible y condujo varias horas por carreteras comarcales hasta llegar a la vieja casona de sus abuelos, donde habían transcurrido los veranos de su infancia. Guardaba muchos recuerdos de aquel lugar, la mayoría felices y llenos de color, entusiasmo y vitalidad. En realidad, si se paraba a pensarlo detenidamente, la última vez que se sintió realmente bien fue durante el último verano que pasaron allí. Durante su estancia su abuelo materno sufrió un infarto fulminante que segó su vida un amanecer mientras se dirigía al establo, mientras en la casa todos aún dormían. El recuerdo de los días que siguieron era vago y estaba sumido en una especie de neblina entre la que apenas lograba entrever a un montón de gente entrando y saliendo del enorme salón, mesas y aparadores repletos de bandejas de canapés y dulces, una interminable sucesión de botellas llenas que se vaciaban rápidamente y a su madre llorando desconsolada, con los ojos enrojecidos y en su mano un pañuelo blanco bordado con el que enjuagaba inútilmente unas lágrimas que inmediatamente eran reemplazadas por otras. Volvieron a la ciudad y a una rutina cada vez más gris y monótona. Poco después su abuela se mudó con uno de sus hijos, y la casona quedó cerrada durante mucho tiempo, hasta ese día en el que Blanca apareció y se dispuso a sacudir el polvo de los muebles y limpiar a fondo hasta el último rincón.

31 de marzo de 2009

IV La noche puede ser aún más oscura

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Nadie sabía cómo había ocurrido. Al principio fue algo imperceptible, de lo que nadie hablaba ya que no era un asunto lo suficientemente grave como para darle mayor importancia. Algunas personas aisladas se fueron percatando con el paso del tiempo de que sus noches eran demasiado monótonas y frías, como si estuvieran vacías, y al pensar en ello con detenimiento no lograban recordar la última vez que habían soñado. Los niños estaban siempre malhumorados y cansados y rendían mal en sus estudios, mientras que la cantidad de adultos y adolescentes que frecuentaban las consultas de los psicoanalistas de repente se multiplicó de forma alarmante. Pasó mucho tiempo antes de que el hecho captara la atención de las autoridades y se decidieran a hacer algo al respecto.
La primera medida fue determinar el alcance de lo que pasó a considerarse una epidemia. Varios estudios clínicos y una masiva encuesta a nivel mundial revelaron que toda la humanidad sin excepción sencillamente había dejado de soñar. Era como si la zona del cerebro encargada de la actividad onírica hubiese fallado de repente, pero ningún examen revelaba la menor anomalía. Aparentemente los cerebros que antes estaban sanos, continuaban estándolo, y aquellos que ya padecían alguna enfermedad o lesión no habían cambiado en absoluto. Se buscaron soluciones al problema, algunas lógicas y otras descabelladas. Medicinas, drogas, sectas que proponían recursos alternativos y poco ortodoxos, exposición intensa a vivencias extremas que anteriormente hubieran provocado las peores pesadillas, nada funcionó. Hasta que alguien sugirió la terapia virtual.
Gran parte de la población había tenido alguna vez una experiencia de realidad virtual, y muchos eran los que lo comparaban a estar dentro de un sueño, por la sensación de realidad mezclada con la certeza de que no era una experiencia real. De modo que la comunidad científica se volcó en esa línea de investigación, desarrollando complejos programas informáticos capaces de simular situaciones cada vez más vívidas y detalladas, y los primeros experimentos demostraron un índice de éxito lo suficientemente alto como para seguir adelante. Cuando se supo que la globalización del proyecto convertiría a unas pocas empresas en las más poderosas e influyentes del mercado mundial la lucha fue despiadada. Puestos de gran responsabilidad en los gobiernos de las grandes potencias fueron comprados sin reparos para obtener ventaja en aquella carrera por el mayor negocio de la historia del hombre. Porque nadie quería vivir sin soñar. Las consecuencias de algo aparentemente banal eran escalofriantes. Depresiones, suicidios, neurosis; un estado de ansiedad perpetuo atenazaba a todos y cada uno de los habitantes del planeta, haciendo de su día a día un infierno.
Dos fueron las compañías que a golpe de talonario e influencias se hicieron con la victoria, y previendo una lucha sin cuartel que les haría perder inútiles años de ingentes beneficios en eternas batallas judiciales sin salida decidieron fusionarse y repartirse el pastel a partes iguales. Desde entonces TechnOnirics se había convertido en la empresa con mayor número de filiales en el mundo. Toda gran ciudad de cada país contaba como mínimo con dos sedes, cada una de las cuales ocupaba varias hectáreas de terreno, en las cuales se distribuían los Centros del Sueño propiamente dichos, junto a hoteles, restaurantes, centros comerciales y todo tipo de servicios dedicados a vaciar por completo los bolsillos de los clientes, pues todos aquellos negocios pertenecían a TechnOnirics, que sacaba el máximo provecho del privilegio adquirido mediante el cual las autoridades miraban hacia otro lado mientras se llenaran sus arcas.
No era un servicio apto para cualquiera, evidentemente. A cada cliente se le realizaba a su ingreso un meticuloso examen mediante el cual quedaban registrados todos sus recuerdos, traumas, fobias, gustos y desagrados; preferencias de todo tipo, sexuales, gastronómicas, literarias, cinéfilas, afectivas…no había un solo dato registrado en las neuronas que se pasara por alto. Todo pasaba a formar parte del archivo de datos y con ello se creaban un centenar de sueños tipo, a los que con el tiempo y por supuesto, más dinero, se podían ir sumando infinidad de variables a medida. Lo que debió ser un servicio de primera necesidad para el público en general se convirtió en el capricho de una pequeña parte de afortunados, en el sueño casi imposible de muchos y en una quimera inalcanzable para miles de millones condenados a vivir sus existencias sin un elemento imprescindible para su equilibrio mental. Pero no fueron olvidados; el 5% de los beneficios netos del colosal negocio se destinó a un fin benéfico: la creación de Hospitales para la Salud Emocional, antiguamente llamados manicomios, donde los peor parados podían recibir terapias adecuadas a su deterioro mental. La donación de aquellos ingresos, por supuesto, desgravaba a Hacienda.

III Regálame un sueño y te entregaré un mundo



Como cada mañana Blanca se dirigía presurosa a la atestada boca del metro consultando su reloj cada pocos segundos, como si con eso pudiera ralentizar un poco su despiadado avance y llegar con tiempo suficiente, por una vez. Con las prisas se le agriaba siempre el café bebido justo antes de salir de casa, dejándole un regusto desagradable en el fondo de la lengua. Si al menos fuera capaz de levantarse cinco minutos antes, no necesitaría hacer de cada mañana una carrera contrarreloj para entrar en el vagón por los pelos y llegar puntual al trabajo, pero sabía que esa era una batalla perdida de antemano. El pavor que desde niña le producía la idea de irse a dormir hacía que retrasase el momento indefinidamente, con lo que nunca se acostaba antes de las tres de la madrugada, cuando el agotado cuerpo y el aún más exhausto cerebro se negaban a permanecer en vigilia un solo minuto más, por lo que cuando sonaba el despertador anunciándole que eran las siete, lo último que se le pasaba por la cabeza era saltar de la cama rebosante de entusiasmo y energía, y siempre le robaba al reloj unos minutos más de descanso. La ducha matinal y las tres tazas de café que se tomaba antes de salir eran el único modo que conocía de ponerse en marcha, pero lo que la espabilaba de verdad era el subidón de adrenalina que le recorría las venas en cuanto ponía un pie en la calle y se daba cuenta de que hoy, seguro, no llegaría a tiempo a coger el metro. Pero evidentemente el estímulo provocado por el pánico daba alas a sus pies, pues hasta el día de hoy nunca se le había escapado, y este no iba a ser el primero. De pie en el abarrotado vagón, apretujada entre madrugadores que como ella no tenían aspecto de estar en su mejor momento del día, repasó mentalmente las tareas que tenía pendientes para hoy, entre ellas una entrevista con el Jefazo Supremo a mediodía. Maldito sea, al menos podría haberla convocado a primera hora de la mañana. Iba a tener que pasarse toda la mañana royéndose las entrañas, preocupada por el motivo de aquella inesperada reunión.
La mañana se le hizo eterna y apenas se daba cuenta de nada de lo que hacía. Con intención de distraerse sacó de un cajón el informe que tenía pendiente de estudio desde hace días, pero al cabo de un buen rato se dio cuenta de que no había logrado leer más allá de las tres primeras líneas una y otra vez, sin enterarse de ni una sola palabra. Para cuando llegó al despacho del ático llevaba otros cuatro cafés en el destrozado estómago y un par de antiácidos, pero ya había logrado calmar la sensación de catástrofe inminente y logró prestar un mínimo de atención a las palabras del hombre de quien dependía su codiciadísimo empleo. Al cabo de un rato el verdadero significado de lo que estaba diciendo se abrió paso hasta su agobiada mente, y sintió como un sudor frío empezaba a bajarle por la espalda. Después de varios años trabajando muchas más horas de las que en realidad debía, cuidando de que ningún detalle fallase y mandase al garete alguno de los procesos, vigilando no sólo su trabajo sino también el de sus colaboradores, sacando adelante los proyectos más descabellados en los que nadie más se atrevía a participar, se le había asignado el control de la nueva sede a punto de abrir sus puertas al otro lado del país. Debía salir lo antes posible hacia el aeropuerto, donde la estaba esperando el avión privado de la empresa para llevarla a su nuevo destino. No había tiempo para preparativos ni despedidas; la empresa se encargaba siempre de todo en esos casos. De hecho ese era uno de los requisitos exigidos al aceptar un puesto en TechnOnirics, la total disponibilidad y dedicación a la empresa por encima de la vida privada, razón por la cual casi todo el personal estaba compuesto por personas menores de treinta y cinco años, edad a la que su posición económica era lo suficientemente estable como para poder dejar ese trabajo y dedicarse a otro empleo menos exigente y comenzar a tener una vida propia. Su nuevo destino era un sueño hecho realidad, el deseo nunca expresado en voz alta de muchos años de proyectos y borradores que nunca habían podido salir a la luz. Pero también acarreaba una responsabilidad inmensa. Si algo fallaba una sola vez, sería su cabeza la primera en rodar, antes de tener tiempo siquiera de darse cuenta de que algo había salido mal.
Salió del despacho aún aturdida, sin terminar de creerse que esta vez la suerte hubiera llamado a su puerta, después de tantas ocasiones en las que el codiciado premio se lo llevaba otro con menos capacidades pero más contactos en las altas esferas. Sólo había una cosa que la inquietaba: el lugar donde pasaría los próximos años estaba muy cerca del pequeño pueblo donde veraneaba de niña, al que no había vuelto desde la muerte de su abuelo. Más o menos entonces sufrió una extraña crisis nerviosa que la mantuvo bajo tratamiento médico una larga temporada. Con el tiempo logró recuperarse de aquello, pero desde entonces no podía dormir sin que el pánico la invadiera haciéndola despertar con la horrible sensación de haber cometido un error imperdonable.

II Si persigues un sueño con todas tus fuerzas, al final lo atraparás


En el silencio de la casa sumida en las sombras de la noche no se oía nada excepto el leve tictac del reloj del pasillo y los ronquidos que salían de una de las habitaciones. Al fondo una puerta se abrió dejando escapar en un hilo la tenue luz de una lamparita de noche. Una niña de unos siete años vestida con un largo camisón rosa con la imagen de una princesa se dirigió descalza por el largo corredor hacia la cocina; la había despertado una sed acuciante y el vaso que cada noche dejaba su madre con agua en la mesilla estaba vacío. Su oscuro cabello caía enredado por su espalda, con la trenza medio deshecha de tantas vueltas dadas en la cama en busca del sueño que siempre tardaba en llegar. Sus ojos claros entrecerrados por el sueño y sus pestañas pegajosas y enredadas no facilitaban la visibilidad, pero la niña conocía el camino como la palma de su mano; no era la primera vez que recorría la casa a oscuras, ni seguramente sería la última. Su madre no sospechaba que el vaso de agua ritual de cada noche era sólo el primero de muchos, e incluso presumía ufana de haber logrado controlar las idas y venidas nocturnas de su hija por la casa gracias a la disciplina y al poder de la persuasión, cuando la realidad era que la niña había aprendido el arte del sigilo, gracias al cual hacía y deshacía a su antojo sin que sus padres se despertaran.
Esa noche la luna llena frente a la ventana de la cocina iluminaba la estancia con una intensa luz azulada, llenándola de sombras en cada rincón. Mientras dejaba correr un fino hilo para que llegara el agua más fresca de las cañerías, miraba sin ver el reflejo de la luna sobre el cromado de la nevera, con la mente perdida en ensoñaciones y pensamientos vagos. Por fin llenó el vaso con el agua fresca, se giró para apoyarse en el borde del fregadero y al levantar el brazo, vió moverse algo a su izquierda, sobresaltándola. Con el susto derramó casi todo el contenido del vaso, salpicando los muebles y el suelo. El corazón le latía tan deprisa que parecía ir a escapársele del pecho, y a pesar de quedarse inmóvil el rugido de sus oídos producido por la descarga de adrenalina le hizo temer que despertasen sus padres, con las consecuencias que acarrearía no solo estar levantada a esas horas, sino además haber armado un estropicio en la cocina. Pasado un momento se tranquilizó al comprobar que nadie se había levantado y todo seguía tan silencioso como antes del incidente, así que encendió la luz del extractor de humos y cogió la bayeta con la intención de dejarlo todo como estaba, pero al agacharse para secar el suelo se percató de que había algo sobre las baldosas. En un primer momento pensó que era un pajarillo, que tal vez se quedó encerrado al cerrar las ventanas y al verse atrapado empezó a revolotear, asustándola. Pero un examen más concienzudo la sacó de su error. Ningún pájaro de los que ella había visto tenía esos colores tan brillantes y extraños, ni sus alas estaban formadas por esas plumas casi transparentes y tan finas que parecían estar hechas con tela de araña. Con mucho cuidado, cogió entre sus manos al extraño animalillo y lo puso bajo la luz. Estaba empapado y parecía inconsciente, pero vivía, y percibió en sus manos el rápido latido de su corazoncito. Sacó de un cajón un paño limpio, lo dejó doblado sobre la encimera como si fuera un diminuto colchón y colocó sobre él al extraño ser, para a continuación estudiarlo con detenimiento. Era muy pequeño, del tamaño de su mano, y por primera vez se dio cuenta de que ¡llevaba ropa! Unos diminutos pantaloncitos y una camisola de aspecto vegetal acompañaban unos minúsculos zapatos tallados en algo que parecía corcho. Y su cuerpo era humano, sin duda, a pesar de su reducido tamaño y de las extrañas alas que brotaban de sus hombros. Su piel era de un tono ambarino parecido al de la miel y el cabello, a pesar de estar mojado, saltaba a la vista que era de un dorado muy brillante. Sus ropas debían estar confeccionadas con algún material desconocido para ella, pues además de tener unos colores muy vistosos parecían tener vida propia, ondulando y cambiando de aspecto ante sus ojos a cada instante. A pesar del asombroso descubrimiento no pudo ahogar un bostezo y notaba que le pesaban los párpados, pero no quería arriesgarse a que su nuevo amiguito se escapara durante la noche, así que tras pensar un rato se dirigió al trastero, sacó una caja de zapatos desocupada y metió en su interior el paño con su valioso contenido. Una vez de regreso a su dormitorio cayó en la cuenta de que posiblemente su madre se sintiera intrigada por el contenido de esa caja que no debería estar allí, de manera que ni corta ni perezosa la guardó al fondo de su armario, bajo un montón de libros, cuadernos y juguetes viejos, volvió a la cocina y limpió todo rastro del accidente tras lo cual se acostó con una sensación de inmensa satisfacción provocada por su nueva posesión, cayendo al instante en un profundo descanso, sin sueños.

I Si no lo ves, es que no has mirado bien


Otro ocaso se acerca, tiñendo el cielo de vivos colores en una explosión cromática imposible y de hecho, imperceptible para el ojo humano. Ni siquiera las más bellas puestas de sol en los más exóticos parajes de la Tierra, inmortalizadas por todos los medios existentes para disfrute de las generaciones venideras se acercan ni de lejos al verdadero espectáculo que supone la llegada de la noche. El blanco inmaculado de lo más alto se funde gradualmente con un dorado claro que a medida que la vista desciende hacia el horizonte va tornándose más rojizo, después añil y en el punto en el que se acerca a la línea que separa el cielo del suelo su aspecto desafía a la imaginación más desbordada, pues ambos se funden en una extraña mezcla de rosados, verdes, ocres y violáceos que se fusionan y entremezclan entre sí creando caprichosas formas, dando la impresión de una multitud de bellas criaturas ataviadas con sus mejores galas festivas mientras las primeras estrellas emergentes se deslizan entre ellas iluminando el increíble espectáculo, parpadeando y girando unas alrededor de otras, como danzando en honor al día que termina, o tal vez en recibimiento a una nueva noche y a los seres que desde tiempos inmemoriales la acompañan.
La tranquila superficie del oscuro lago asemeja esa tranquila noche un espejo en el cual se miran vanidosas las estrellas, engreídas por culpa de la infinidad de halagos recibidos por parte de los enamorados y de los millones de versos a ellas dedicados por poetas de todos los tiempos. Surcan el aire pequeñas criaturas aladas que, juguetonas, disfrutan del respiro que supone el frescor nocturno y la leve brisa estival. Como acróbatas del aire, hacen piruetas y se lanzan en picado para remontar el vuelo justo a una milésima de segundo de rozar el agua con sus cuerpos, dibujando estelas de mil colores a su paso mientras bajo esas mismas aguas bellos y mortíferos seres se entrecruzan rozando sus escurridizos cuerpos unos con otros en señal de mutuo reconocimiento y aceptación. Largos cabellos se enredan con las algas y demás plantas acuáticas, confundiéndose con ellas al compartir su color, y el levísimo chapoteo que provocan al asomarse brevemente a la superficie del lago pasa desapercibido entre el zumbido de las luciérnagas que acuden a la orilla cada noche en su eterno ritual de cortejo.
Cuando por fin la luna asoma sobre los árboles que rodean el lago, uno de aquellos acróbatas aéreos se separa del resto y con gran habilidad esquiva ramas y hojas mientras vuela veloz en dirección al horizonte y a su tarea cotidiana. Desde el principio de los tiempos su cometido es uno de los más delicados y sin embargo menos apreciados de cuantos sus congéneres realizan. Nadie pone en duda el servicio prestado por el Hada de los Dientes a los niños durante la adquisición de su dentadura definitiva, se acepta sin reparos la existencia del Monstruo Devorador de Calcetines, el Hombre del Saco causa pavor en los más jóvenes y una vaga inquietud nunca del todo superada en los adultos, y muchos son quienes antes de acostarse miran bajo la cama y cierran a cal y canto armarios y ventanas, por miedo a la visita del Coco. Algunos de ellos incluso han tenido el honor de ser inmortalizados en las más grandes obras literarias, como las Sirenas que tentaron a Ulises en su largo viaje de regreso a Ítaca, el Hada Azul, Campanilla, la malvada Reina de las Nieves, todas ellas protagonistas de cuentos infantiles que han ido pasando de generación en generación, los elfos, duendes, trolls y demás criaturas y por supuesto, las más odiadas y perseguidas de todos los tiempo, las brujas, sobre quienes se han escrito millones de páginas y se han vertido ríos de tinta.
Antiguamente su arduo trabajo era reconocido y aplaudido, y nadie ponía en duda la gran labor que llevaba a cabo cada noche, pero con la llegada de la Era Moderna y el afán de los humanos por diseccionar, analizar y racionalizarlo todo su tarea fue poco a poco menospreciada, mientras éstos se convencían sin lugar a dudas de que el verdadero artífice de tal maravilla era su cerebro, más concretamente el subconsciente que aprovechaba el descanso nocturno para hacer balance de todo lo ocurrido y experimentado durante la vigilia, mezclado de forma incomprensible con recuerdos latentes, retazos absurdos sin mayor relevancia y vivencias impactantes de la infancia. Y de ese modo, sin que nadie pareciera darle importancia a lo que estaba ocurriendo, los humanos olvidaron la existencia del verdadero artífice del hecho más maravilloso, complejo, aterrador y liberador para la mente humana: el Creador de Sueños.